19/12/2019
El calor en las provincias del norte es una cosa seria, más en Tucumán o Santiago que, a veces, parecen estar geográficamente ubicadas al lado del sol. Cuando las temperaturas altas azotan, aparecen ellos, héroes sin capas al grito de “¡achilata!”.
El achilata se ha convertido en una tradición y ha establecido una relación directa con el calor. Pareciera que hablo de una poción mágica, pero no, es una bien pensada combinación de hielo picado con colorante rojo y endulzante. Una sustancia con la consistencia de un helado y con su misma frescura.
Este alimento no entiende de clases sociales ni de momentos. Cuando hace calor es indispensable tener un achilatero cerca. En primavera y en verano es su temporada alta, el achilata se ve en todos lados. En paseos turísticos, en los parques, en las canchas de fútbol, en las ferias, en donde usted imagine.
Tradición tucumana
El achilata es más económico que el helado, esto es posible por su simple fabricación. Pero el alcance que ha tenido es inexplicable. El brillo de ese rojo es único, cuando uno ve ese color, empieza a sentir alivio del calor. El producto no solo se ha popularizado, se ha vuelto un ícono de la cultura gastronómica tucumana y una tradición. La práctica de comer achilata cuando el calor es muy fuerte resulta lógico en esta provincia.
Esta opción refrescante se pone a la altura de otros alimentos característicos de Tucumán, como lo son sus empanadas de famaillá y los panchuques.
Estos últimos tienen una historial similar al achilata, pero no tan extrema con el clima. Visitar esta provincia requiere que diagrames tu agenda marcando lugares clásicos como lo son la Casa Histórica o Tafí del Valle. Y, a la hora de pensar en la comida autóctona, al terminar tus empanadas o humita, ese conito relleno de rojo debe estar en tus manos para ofrecerte un sabor único del norte.
Fuente:(Salta Soy)